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viernes, 7 de septiembre de 2018

“YEGUAS DEL KILIMANJARO” DE ROLANDO MARTÍNEZ



Si alguien pensó alguna vez poetizar el porno, definitivamente jamás lo habría hecho como Rolando Martínez, cuyo libro “Yeguas del Kilimanjaro” (Pez espiral, 2018), es una oportunidad para utilizar iconografía pornográfica y mixturarlo con preocupaciones íntimas. El flujo del tiempo, los fenómenos geográficos y el sentido de la escritura, todo entra en un ejercicio reflexivo que se envuelve con terminología triple equis, dando como saldo piezas poéticas balanceadas que no devienen en abstrusas formas de dialogar con la sexualidad propia y ajena, sino por el contrario, con una sensibilidad sofisticada, que dosifica y filtra cuotas elementales de erotismo, esbozando poemas que diseccionan la conciencia nostálgica y lujuriosa, en una suerte de trabajo que termina siendo una estética del pornófilo. Puede que las estrellas del porno como tema resulte un mero pretexto para desarrollar intereses del autor, pero la fineza para incrustar preciosas gemas adheridas al brillante tema del culto a las pornstar, hace de este poemario una excelente propuesta. En una preciosa edición conocida como libro objeto, la editorial Pez espiral apuesta por este tomo de poemas que es presentada  como cinta de VHS, invitándonos a un viaje en el tiempo.

Hay nostalgia, memoria y reflexión en “Yeguas del Kilimanjaro”. No es la típica escritura sobre tetas, culos y penetración, no es solamente la cartografía deseante de un varón heterosexual. Tampoco es mera masturbación, voyerismo o cunnilingus. Es un flujo de conciencia revelando la inusual textura de un sustantivo: mujeres de carne y hueso elevadas al estatus de estética y ontología, que dan como resultado una perspectiva que rinde culto al arte del cine triple equis de los 80’s, fraguado en la anécdota del autor, o del personaje y su perfil pornófilo.  Con un lenguaje fílmico, a ratos impersonal, prosaico, poemático, su escritura ensaya pedagogía de la pornografía, y a la vez es data de autobiografía. Si le hacemos un zoom a los poemas, y leemos entre líneas las intenciones del autor, está claro que el libro se convierte en una semántica del pornófilo y su estructura deseante que toma formas pseudointelectuales para expresar su admiración o filia. Por ejemplo, enumerar nombres de actrices porno, repasar sus atributos, compararlos a fenómenos climáticos, desastres naturales y elementos de la botánica y la zoología. Y hasta acompañarlos de narrativas con personajes históricos de la literatura (Rimbaud), religión (El Papa) y hechos históricos (Muro de Berlín o Chernobyl), seguidos de anécdotas personales.


En esta veta de poemas se observan cuatro filigranas que constituyen cada poema, y que podemos organizarlas para revisar cómo Rolando Martínez monta su cosmogonía pornográfica que es bella constelación. En primer lugar estarían los poemas que sitúan contextualmente e irrumpen con su propia historicidad. En algo que llamo historización de la pornografía, vemos la intención de introducir el discurso pornográfico en el flujo de la historia,  como en estos fragmentos:  El año en que el Papa Juan Pablo Segundo/ respiró la sed del continente nuevo/ Dios mío, ella enseñó sus pies desnudos, en Surrender in Paradise / ella lo hizo con Tom Byron/ Jerry Butler/ y un lechero Peter North (de GINGER LYNN); “El tsunami que afectó a Sendai/ dejó tantos muertos como letras que se acoplan/ bajo el horizonte.” (de TORI WELLES);  “Hay quienes imaginaron/ el accidente de Chernobyl/ cual enorme y peligroso orgasmo./ Y quienes piensan, también/ en la caída del Muro de Berlín/ como un squirt misterioso. (de NINA HARTLEY). Y así otros ejemplos más, que señalan la irrupción de la industria pornográfica y sus íconos como avatares de la historia en el flujo convencional de la universalidad, eximiéndola de submundo para convertirse en manifestación cultural.


Otro espectro de fragmentos apuntan la variante lírica que incrusta metáforas sensoriales, que sirven para crear una atmósfera complaciente donde enmarcar la imagen de las pornstars, y a la vez señalar sofisticadamente sus atributos carnales como en: “Las cosas preciosas/ siempre buscan un lugar/ donde posar sus alas:/ la nieve/ las hojas/ el frío/ (los senos blancos –y enormes- de Christy Canyon) (de CHRISTY CANYON); o “La luz de toda una galaxia/ es capaz de penetrar/ la escasa forma de un televisor” (de MARILYN CHAMBERS); o “Pienso en sus pechos/ como lotos que flotan en el hielo/ pienso en esa configuración disforme:/ palabras, palabras/ un poco de piel sobre/ las glándulas mamarias/ para ocultar quizás lo único verdadero:/ dos pezones, dos amebas sucias/ que se erguían en el set.” (KANDI BARBOUR). O “Ella, india experta en la erosión/ bajo el ámbar de la incandescencia./ Gacela o mariposa de alquitrán/ estrella capaz de hacer la guerra/ a un ejército de coyas/ a una manada de bisontes/ a una legión de lunas que se yerguen/ en la oscuridad.” (de ARCADIA LAKE), textos que entrelazan una lírica que extrae de la astrología, biología y tecnología sus mejores imágenes para acompañar la exuberancia de las agasajadas.


De otro lado, se encuentra un tercer grupo de fragmentos construidos desde una metacognición de la escritura, llegando a comparar el texto fílmico de la pornografía a texto y experiencia literaria, como en los versos: “Sucede el espejo de la carne/ el sonido de la lenguaje retratando sobre el tiempo/ la palabra densidad”. (de A UNA ACTRIZ ANÓNIMA); o “Porque al fin y al cabo su sexo/ fue también literatura.” (…) “Candie Evans  en escena escribía poemas/ y yo en estos versos/ tan solo una fugaz pornografía.” (de CANDIE EVANS). O “Alguien decía ella es una sílaba cromada/ una palabra, una esquirla/ el verbo de un cetáceo/ varado en el campo semántico/ de las prohibiciones.” (TRACI LORDS); o finalmente “Algunas noches mientras gime y en el aire/ flotan los resabios de su lengua/ escribo sin embargo/ porque un poema es una pequeña jaula/ repleta de canarios/ un trazo de cinta magnética/ donde las palabras/ intentan desnudarla/ y poseerla.” (de STACEY DONOVAN), textos que elaboran concepción metapoética llegando a hibridar sinestesias que descentran la percepción del pornófilo, y a la vez son ensayo esquizofrénico de escritura que compara el cuerpo con las palabras o ideas, en extraña y creativa caterva de versos.


Finalmente en un último grupo se encuentran versos que indican  suerte de pedagogía pornófila, o anecdotario como semblanza de vidas trágicas con aire a heroísmo que el autor observa en su pléyade de estrellas porno, combinando el ejercicio de historización apuntada más arriba. Esto lo vemos en: “Nótese: la imagen está en blanco y negro/ analogía perfecta de quien fuese protagonista/ de la primera escena interracial/ del cine triple equis”. (de MARILYN CHAMBERS), o “En una entrevista dijo que Chuck Traynor/ la obligó a inyectarse los pechos/ y la silicona le heredó tumores/ en sus belos menudos bungalows. (…) “Otra vez dijo así:/ Los chicos americanos / quieren que se las chupen/ y yo vivo en América./ ¡viva el sueño americano” (…) “Ella sobrevivió:/ 1) a la xylocaína/ 2) al presidente Nixon/ 3) a una fulminante hepatitis B/ 4) a la prostitución/ 5) al feminismo/ 6) a putazos como Chuck Traynor y Al Goldstein. (de LINDA LOVELACE). Esta veta quizá sea la menos agraciada, pues el lenguaje renuncia a su influjo poético para ser mera nota de pie de página injertada como pieza intelectual, que finalmente llega a oxigenar los textos, dándoles un aire que no concentra los versos en mera lírica, formalismo o retórica.

Una vez repasado estas visibles filigranas que componen la estructura de gran parte de los poemas, concluyo que el logro de Rolando Martínez en este libro, no es explotar irracionalmente la manera facilista de dejarse llevar por lo evidente en un tema que no requeriría mayor esfuerzo que apuntar los atributos de la carne y su placer consecuente; si no el tesón de medir y balancear los cuatro tipos de fragmentos que se combinan a lo largo y ancho del libro, y la conceptualización del mismo. Esto brinda fuerza y riqueza la experiencia de leer “Yeguas del Kilimanjaro”, libro integral que reúne temática afín y no caótica miscelánea. Si me lo preguntan, los poemas más logrados los encuentro en “Ginger Lynn”, “Nina Hartley”, “Christy Canyon”, “Stacey Donovan”, “Linda Lovelace” y “Arcadia Lake”, auténticos poemas que equilibran datos históricos, referencias a la cultura pop, lírica naturalista, descripción erótica, y autobiografía; que no se convierte en fórmula repetitiva con lo que solo desgastaría la propuesta de este libro. El resto de poemas son desbordantes ejercicios que no superan el formalismo y se quedan en curiosas piezas que de todas maneras son agradables de repasar.

Tacna, Setiembre 2018




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