Si alguien pensó alguna vez poetizar el porno, definitivamente jamás lo habría hecho como Rolando Martínez, cuyo libro “Yeguas del Kilimanjaro” (Pez espiral, 2018), es una oportunidad para utilizar iconografía pornográfica y mixturarlo con preocupaciones íntimas. El flujo del tiempo, los fenómenos geográficos y el sentido de la escritura, todo entra en un ejercicio reflexivo que se envuelve con terminología triple equis, dando como saldo piezas poéticas balanceadas que no devienen en abstrusas formas de dialogar con la sexualidad propia y ajena, sino por el contrario, con una sensibilidad sofisticada, que dosifica y filtra cuotas elementales de erotismo, esbozando poemas que diseccionan la conciencia nostálgica y lujuriosa, en una suerte de trabajo que termina siendo una estética del pornófilo. Puede que las estrellas del porno como tema resulte un mero pretexto para desarrollar intereses del autor, pero la fineza para incrustar preciosas gemas adheridas al brillante tema del culto a las pornstar, hace de este poemario una excelente propuesta. En una preciosa edición conocida como libro objeto, la editorial Pez espiral apuesta por este tomo de poemas que es presentada como cinta de VHS, invitándonos a un viaje en el tiempo.
Hay nostalgia, memoria y reflexión en “Yeguas del
Kilimanjaro”. No es la típica escritura sobre tetas, culos y penetración, no es
solamente la cartografía deseante de un varón heterosexual. Tampoco es mera
masturbación, voyerismo o cunnilingus. Es un flujo de conciencia revelando la
inusual textura de un sustantivo:
mujeres de carne y hueso elevadas al estatus de estética y ontología, que dan
como resultado una perspectiva que rinde culto al arte del cine triple equis de
los 80’s, fraguado en la anécdota del autor, o del personaje y su perfil
pornófilo. Con un lenguaje fílmico, a
ratos impersonal, prosaico, poemático, su escritura ensaya pedagogía de la
pornografía, y a la vez es data de autobiografía. Si le hacemos un zoom a los
poemas, y leemos entre líneas las intenciones del autor, está claro que el
libro se convierte en una semántica del pornófilo y su estructura deseante que
toma formas pseudointelectuales para expresar su admiración o filia. Por
ejemplo, enumerar nombres de actrices porno, repasar sus atributos, compararlos
a fenómenos climáticos, desastres naturales y elementos de la botánica y la
zoología. Y hasta acompañarlos de narrativas con personajes históricos de la
literatura (Rimbaud), religión (El Papa) y hechos históricos (Muro de Berlín o
Chernobyl), seguidos de anécdotas personales.
En esta veta de poemas se observan cuatro filigranas que constituyen cada poema, y que podemos
organizarlas para revisar cómo Rolando Martínez monta su cosmogonía
pornográfica que es bella constelación. En primer lugar estarían los poemas que sitúan
contextualmente e irrumpen con su propia historicidad. En algo que llamo historización
de la pornografía, vemos la intención de introducir el discurso pornográfico en
el flujo de la historia, como en estos
fragmentos: “El año en que el Papa Juan Pablo Segundo/ respiró la sed del continente
nuevo/ Dios mío, ella enseñó sus pies desnudos, en Surrender in Paradise / ella
lo hizo con Tom Byron/ Jerry Butler/ y un lechero Peter North (de GINGER
LYNN); “El tsunami que afectó a Sendai/
dejó tantos muertos como letras que se acoplan/ bajo el horizonte.” (de
TORI WELLES); “Hay quienes imaginaron/ el accidente de Chernobyl/ cual enorme y
peligroso orgasmo./ Y quienes piensan, también/ en la caída del Muro de Berlín/
como un squirt misterioso. (de NINA HARTLEY). Y así otros ejemplos más, que
señalan la irrupción de la industria pornográfica y sus íconos como avatares de
la historia en el flujo convencional de la universalidad, eximiéndola de
submundo para convertirse en manifestación cultural.
Otro espectro de fragmentos apuntan la variante lírica que
incrusta metáforas sensoriales, que sirven para crear una atmósfera
complaciente donde enmarcar la imagen de las pornstars, y a la vez señalar
sofisticadamente sus atributos carnales como en: “Las cosas preciosas/ siempre buscan un lugar/ donde posar sus alas:/ la
nieve/ las hojas/ el frío/ (los senos blancos –y enormes- de Christy Canyon)
(de CHRISTY CANYON); o “La luz de toda
una galaxia/ es capaz de penetrar/ la escasa forma de un televisor” (de MARILYN
CHAMBERS); o “Pienso en sus pechos/ como
lotos que flotan en el hielo/ pienso en esa configuración disforme:/ palabras,
palabras/ un poco de piel sobre/ las glándulas mamarias/ para ocultar quizás lo
único verdadero:/ dos pezones, dos amebas sucias/ que se erguían en el set.”
(KANDI BARBOUR). O “Ella, india experta
en la erosión/ bajo el ámbar de la incandescencia./ Gacela o mariposa de alquitrán/
estrella capaz de hacer la guerra/ a un ejército de coyas/ a una manada de
bisontes/ a una legión de lunas que se yerguen/ en la oscuridad.” (de
ARCADIA LAKE), textos que entrelazan una lírica que extrae de la astrología, biología
y tecnología sus mejores imágenes para acompañar la exuberancia de las
agasajadas.
De otro lado, se encuentra un tercer grupo de fragmentos
construidos desde una metacognición de la escritura, llegando a comparar el
texto fílmico de la pornografía a texto y experiencia literaria, como en los
versos: “Sucede el espejo de la carne/ el
sonido de la lenguaje retratando sobre el tiempo/ la palabra densidad”. (de
A UNA ACTRIZ ANÓNIMA); o “Porque al fin y
al cabo su sexo/ fue también literatura.” (…) “Candie Evans en escena escribía poemas/ y yo en estos
versos/ tan solo una fugaz pornografía.” (de CANDIE EVANS). O “Alguien decía ella es una sílaba cromada/
una palabra, una esquirla/ el verbo de un cetáceo/ varado en el campo
semántico/ de las prohibiciones.” (TRACI LORDS); o finalmente “Algunas noches mientras gime y en el aire/
flotan los resabios de su lengua/ escribo sin embargo/ porque un poema es una
pequeña jaula/ repleta de canarios/ un trazo de cinta magnética/ donde las
palabras/ intentan desnudarla/ y poseerla.” (de STACEY DONOVAN), textos que
elaboran concepción metapoética llegando a hibridar sinestesias que descentran
la percepción del pornófilo, y a la vez son ensayo esquizofrénico de escritura
que compara el cuerpo con las palabras o ideas, en extraña y creativa caterva
de versos.
Finalmente en un último grupo se encuentran versos que
indican suerte de pedagogía pornófila, o
anecdotario como semblanza de vidas trágicas con aire a heroísmo que el autor
observa en su pléyade de estrellas porno, combinando el ejercicio de historización
apuntada más arriba. Esto lo vemos en: “Nótese:
la imagen está en blanco y negro/ analogía perfecta de quien fuese
protagonista/ de la primera escena interracial/ del cine triple equis”. (de
MARILYN CHAMBERS), o “En una entrevista
dijo que Chuck Traynor/ la obligó a inyectarse los pechos/ y la silicona le
heredó tumores/ en sus belos menudos bungalows. (…) “Otra vez dijo así:/ Los
chicos americanos / quieren que se las chupen/ y yo vivo en América./ ¡viva el
sueño americano” (…) “Ella sobrevivió:/ 1) a la xylocaína/ 2) al presidente
Nixon/ 3) a una fulminante hepatitis B/ 4) a la prostitución/ 5) al feminismo/
6) a putazos como Chuck Traynor y Al Goldstein. (de LINDA LOVELACE). Esta
veta quizá sea la menos agraciada, pues el lenguaje renuncia a su influjo
poético para ser mera nota de pie de página injertada como pieza intelectual,
que finalmente llega a oxigenar los textos, dándoles un aire que no concentra
los versos en mera lírica, formalismo o retórica.
Una vez repasado estas visibles filigranas que componen la
estructura de gran parte de los poemas, concluyo que el logro de Rolando
Martínez en este libro, no es explotar irracionalmente la manera facilista de
dejarse llevar por lo evidente en un tema que no requeriría mayor esfuerzo que
apuntar los atributos de la carne y su placer consecuente; si no el tesón de
medir y balancear los cuatro tipos de fragmentos que se combinan a lo largo y
ancho del libro, y la conceptualización del mismo. Esto brinda fuerza y riqueza
la experiencia de leer “Yeguas del Kilimanjaro”, libro integral que reúne temática
afín y no caótica miscelánea. Si me lo preguntan, los poemas más logrados los
encuentro en “Ginger Lynn”, “Nina Hartley”, “Christy Canyon”, “Stacey Donovan”,
“Linda Lovelace” y “Arcadia Lake”, auténticos poemas que equilibran datos históricos,
referencias a la cultura pop, lírica naturalista, descripción erótica, y
autobiografía; que no se convierte en fórmula repetitiva con lo que solo desgastaría
la propuesta de este libro. El resto de poemas son desbordantes ejercicios que
no superan el formalismo y se quedan en curiosas piezas que de todas maneras
son agradables de repasar.
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