Tenía la gracia de un alma caritativa, de valores y principios admirables y fuerte vocación de servicio. Logró cumplir un cuarto de siglo lleno de sueños, metas y motivaciones. Por
su naturaleza, era una de esas chicas parcas y solitarias, con una actividad
introvertida mil veces más infinita que cualquier otra chica extrovertida. Su
temple siempre fue calmado, y no llevaba nada de malicia en los ojos. De pocas
palabras y verbo adaptativo, pasó su vida construyendo su propio espacio pese a
las inclemencias de los días y las noches. En su corazón llevó pocas cosas, lo necesario
para vivir con total tranquilidad.
Nunca le escuché maldecir la vida, no delante de mí
al menos. No era de enojarse por cualquier cosa, de hecho difícilmente la podríamos encontrar fastidiada o tramitando alguna ira innecesaria. Cuando me enteré de su enfermedad, lo dijo tan sosegadamente que
parecía una sutil mentira, de esas que solo animan la conversación. El tiempo
que apegué mis pasos a los suyos, siempre tuve la impresión de que nada la
aquejaba. Solo en sus últimos días me confesó lo difícil que era,
pero incluso el tono de sus palabras era tan sereno que uno se olvidaba de su
malestar. Yulvely siempre le sonrió a la vida.
Yulvely siempre tuvo todas las ganas y deseos de superar su
enfermedad. Las veces que conversamos hablaba con fuego en sus
ojos. A pesar de que su salud fue agravándose paulatinamente, jamás se resignó
y probó de todas formas luchar contra el cáncer. Luego de sus operaciones para contrarrestar
los efectos de su enfermedad, pasaba sus días disminuyendo
los dolores con mejunjes y medicinas que no le hicieran maldecir su destino. En
medio de ese trajín, pude estar a su lado pocas veces, porque a medida que pasaban los
meses, tenía que viajar continuamente para seguir luchando.
Finalmente ya fue difícil localizarla incluso en su casa, y
ya casi no atendía al teléfono. Perdido en mis propios asuntos, dejé de seguirle
el rastro; más por el ajetreo de los días que por voluntad. Hasta que un día
Sandra me comunica que Yulvely está en Tacna, y se encuentra en emergencia en
el Hospital Hipólito Unanue. No lo pensamos dos veces y fuimos al día siguiente
a visitarla. Al llegar, grande fue nuestra sorpresa al no poder reconocerla
rápidamente. Sandra demoró más en identificarla, e incluso sutilmente se negaba a
aceptarlo. Vi a Yulvely con un rostro cadavérico de amplia sonrisa. Pese a que
apenas podía reconocerla, por un momento sentí ver a la propia muerte cara a cara. Pero de inmediato sus ojos y palabras me dijeron que estaba ante la vida misma.
Delante de ella no iba a ponerme lastimero, no iba a tratarla
como una enferma. Saqué la poca fortaleza que tenía luego de que la impresión
me chupara la voluntad. Junto a Sandra le contamos muchas cosas, e hicimos
planes. Acordamos ver "La Monja" porque a Yulvely también le
encantaba el cine de terror. Nos dijo que se aburría y que
estaba contando las horas para regresar a casa. Nos dijo que saldría pasado
mañana. Prometí llevarle mi poemario “Perreo” antes de que saliera. Le
entregamos un globo en forma de corazón que ella abrazó enérgicamente. Luego nos despedimos
conteniendo lágrimas y con reflexiones oscuras sobre el tema. Y a pesar de su situación, nos alegramos por lo lúcida que se encontraba.
Ninguno de los dos esperaba la noticia. Ilusos, no sabíamos que desde hace unas semanas había
sido desahuciada. A los
dos días siguientes el mensaje sombrío y tantas veces sospechado llegó. “Yulvely
falleció. Velatorio y entierro en los siguientes días.” No sé porque pero no sentí
nada al enterarme, una sensación insípida recorría mi cuerpo. Lo procesé
inmediatamente, y cerré los ojos para aceptarlo tal y como venía. Nada de
teatralizaciones. Hay formas sutiles de entrar en duelo por una amiga que se
fue, sin manchar su honra. Me alegré porque murió plácidamente, luego de quedarse dormida para no despertar.
Creo que en el fondo,
todos compartimos la ambivalente sensación de malestar y bienestar cuando un
ser querido muere. El primero porque falleció alguien que es un pedacito nuestro,
y que merecía disfrutar la vida hasta que ella lo quisiera; y lo segundo porque
en un estado doloroso, a nadie le gusta llevar una vida llena sufrimiento y
miseria, y lo mejor es dejarse llevar cuando todo es irreversible. Conversé
conmigo mismo y decidí centrarme en algo que va más allá de esto. Decidí que
viviría por Yulvely. Que el pedazo que guardo de ella, verá las
maravillas de la vida y seguiría luchando contra la dureza de la existencia.
Hoy, te entierran Yulvely. Tu cuerpo murió. Tú eres más que
un simple cuerpo. Aquello que el ojo no ve, vive conmigo. Estás aquí. Que
descanse tu cuerpo, y tu alma permanezca a mi lado. Te regalo este haiku para
que te alumbre y te de sombra ahí donde ahora estás.
Las puertas
que cerramos ayer,
siguen abiertas.