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sábado, 28 de julio de 2018

LOS HUÉRFANOS DE MARCO AURELIO DENEGRI



Pueden lucrar y multiplicarse moralmente todo lo que quieran con la figura de Marco Aurelio Denegri. No dudo que sean largas las filas que admiraban al palabrero hasta el fervor religioso. Ni mucho menos faltarán los que reconozcan en el viejo maestro un héroe cultural, un paladín intelectual o un adalid académico. Pues, Marco Aurelio Denegri ha muerto, y su vacío ha dejado un duelo artificioso, teatral y lastimero en aquellos que le veían como una lámpara más en la noche de su existencia. Se apagó esa lámpara, y los huérfanos ya están quejándose de la oscuridad en que vivirán. ¿No les parece esto ridículo?

Una cosa queda clara, luego de la muerte de Marco Aurelio Denegri. La hiperdependencia de figuras intelectuales, el fanatismo superficial de la inteligencia, la orfandad crítica, sume a las masas en ceros que acompañan a los números enteros. Sucede que Marco Aurelio Denegri murió, no podía vivir para siempre. No podía aparecer en televisión hasta los 130 años para llenar esa falta y necesidad que tienen las masas de sentirse un poquito más inteligentes, un poquito más intelectuales. Está claro que para reforzar la imagen de cultos, la gente necesita buscar y rodearse de figuras o actividades que lo comprueben. ¿Cuántos de esta manera se dicen seguidores del gurú?

Tengan un poco más de autocrítica. La muerte de Marco Aurelio Denegri es para entrar en duelo crítico, en tristeza retroactiva, en melancolía hiperquinética. Muerto uno de los eslabones que conectaron el siglo XX con el XXI, fenecido el puente que hacía dialogar el presente con el pasado y el futuro; a los que lamentan inconmensurable y románticamente la muerte del gurú siempre les quedará la autodidaxia y la intereducación. ¿O solo estudian y aprenden succionando la baba de los gurús? Cuánta autocrítica les falta todavía. Pues estos dolidos que lamentan la pérdida de su Cid Campeador, de las mil y una noches de un personaje al que encomendaron sus faltas graves, se conformaban con ver a su pseudohéroe pelear en televisión, en una batalla que ni quieren luchar.

Que Marco Aurelio Denegri fue uno de los últimos reductos de la educación en televisión abierta, sí. Que enseñaba y encantaba a la audiencia con su sapiencia y buen verbo, sí. Que le hacía falta al pueblo un personaje que divulgara información académica y tópicos del presente, sí. Que su deceso deja un gran vacío que lamentar, no. Que su muerte es agonía colectiva y pronóstico de una sociedad distópica, no. Que su falta nos volverá mucho más ignorantes, estúpidos y alienados, no. Pues, al igual que el vivo, el Marco Aurelio Denegri muerto es también muy importante. Acabado el padre, los hijos y demás criaturas se quedan con el deber heredado, profundizar en su autoeducación, divulgar y educar al pueblo, a la masa, a los niños y jóvenes. ¿De qué les sirvió sino tanta Función de la Palabra? ¿Para aparentar que eran cultos y educados? ¿Para decir “él me gusta, por lo tanto, yo soy como él"?

No voy a engañarme. Mi tesis principal es que muchos eran hinchas de Denegri solo para alardear cultismo, y de esta manera deshacerse de la intensa y continua labor de autoeducarse. Pues ¿para qué leer, escribir y estudiar, si Marco Aurelio Denegri lo hacía por el resto? ¿Basta con citarlo, con decir que se le admira, con hacer pública la fe en alguien que trabaja por el ideal de hombre y mujer intelectual, la maldita diferencia entre las masas, todas ellas deformes por la ignorancia y la indiferencia? Marco Aurelio Denegri murió. Ahora sus fanáticos toman la batuta. Veamos qué es lo que pueden hacer.

sábado, 19 de diciembre de 2015

¿DENEGRI VS HILDEBRANDT?


Dos de los arquetipos de intelectual que este jodido país presenta, César Hildebrandt, periodista, y Marco Aurelio Denegri, lingüista además de sexólogo, celebraron un encuentro para desarrollar temas asociados a la televisión basura y la condición del hombre contemporáneo. Días antes, los fanáticos de estos dinosaurios del saber, se tomaron todas las licencias para propagar su fe en ambos ídolos del pensamiento nacional. Días después los seguidores de ambos bandos sugieren que el estilo y saber del uno fue superior al otro. Sin ánimos de zaherir susceptibilidades, y con la misión de aprovechar el polémico encuentro, esbozo unas líneas sobre el rol intelectual que cada uno ejerce y representa.

Por ejemplo, Marco Aurelio Denegri de verbo florido y vulgar al mismo tiempo, crítico destructivo que no  escatima en improperios dirigidos hacia la especia humana, siempre me ha parecido uno de esos intelectuales que ya no le tienen fe al hombre, y que solo utiliza el amor al saber con el único objetivo de superar la soledad que el solipsismo sume al ratón de biblioteca. La edad no solo le ha acentuado el narcicismo intelectoide, sino además, se ha vuelto excesivamente redundante, lleno de circunloquios que no huelen a nada más que verbigracia. Y esto lo conoce César Hildebrandt, quien respetando los achaques de una mente senil, no duda en escuchar los accesos de nemotecnia y floritura que su anfitrión le convida a diestra y siniestra.

El punto álgido o cáustico si quiere llamárselo de algún modo, lo encontramos a mitad del programa, por el minuto 25, momento que sirve para entender el contrapunto que contrasta el rol y estilo que tanto Denegri como Hildebrandt utiliza. Podemos escuchar de Hildebrandt, a propósito de razones y consecuencias del programa mundial de estupidización: “El asunto es que, tú, a veces piensas de modo tan abstracto, tan sólidamente abstracto, y tan elocuentemente abstracto, que te olvidas que hay un contexto social y político, y hay intereses de por medio.”, apuntalando que Denegri no sitúa su crítica a la sociedad en la escala del tiempo y el espacio, sino en la mera especulación ahistórica; para luego redondearle la estocada con: “yo sí creo que hayan explicaciones sociales”, remarcando lo anterior. En este punto, mientras Hildebrandt se devanea en su demagogia personal, Denegri acorrala la fe socialista de su interlocutor “¿Pero sobre qué base tienes estas esperanzas?”.

Y es que Hildebrandt, caracterizado por un optimismo amorfo, por un idealismo democrático y socialista, a veces llega a sonar ingenuo cuando se rodea de un verbo que invoca una fe histórica y sociógena en el hombre, creyendo en fórmulas anticuadas, desgastadas, y para nada comestibles por sus usos y desusos. Denegri conoce bien este fervor a las transformaciones sociales que el “hombre rebelde”* de Camus proyecta sobre la humanidad. Pues Hildebrandt habla desde el pragmatismo, desde el realpolitik que siempre resulta una partida de ajedrez entre psicópatas de corbata. Pese a que este último apunta “No podemos perder el vínculo con la posibilidad del cambio”. ”Depende de ti (…) si escoges el continuismo, la inercia, la agonía, o el cambio”; Denegri no cae en las clarividencias de su invitado, y sencillamente cambia la perspectiva del tópico citando a Karl Menninger y Giovanni Sartori.

Aunque minutos después, Hildebrant busca desnudar el sustento teórico y moral de su anfitrión, equipara la lógica de Denegri con la poética de Emil Cioran. Denegri, ni corto ni perezoso, citando a Ray Bradbury se defiende de la caricatura que su invitado quiere hacerle, arguyendo que todos los días, como el autor de Farenheint 451, pisa una mina que lo despedaza al levantarse; para luego citar a Jean Paul Sartre, revelando su cualidad de enfermo irreversible de la existencia al igual que todos. No contento con esto, Denegri quiere acorralar a Hildebrant bajo la etiqueta de optimista ciego: “Cesar Hildebrandt no es un pesimista radical, (…) quiere que las cosas salgan bien”, y luego grita a viva voz su ideario personal: "Casi es una obligación ser pesimista, porque tampoco tendría mucho sentido forjarse ilusiones". A lo que Hildebrandt responde con una profecía íntima: "Solo algo nos puede salvar, al final Marco Aurelio, y es que la extinción va a producir (…) tal nivel de terror que es posible que ocurra una transformación sometida al miedo".

Más allá de un versus entre expertos en realidad peruana y universal, cada uno desde su trinchera no busca ganar o demostrar ser mejor intelectual por lo que piensa o sabe; a mi me parece que ambos hacen un delicioso contrapeso al momento de hacer un balance sobre la política, los mass media, la cultura y la ideología dominante, entre otros temas. Pues tanto Hildebrandt, como intelectual centrado en el presente, se involucra proyectando un contexto para aplicar sus saberes; y Denegri como crítico de la humanidad llega incluso a cuestionar el papel del periodismo o del intelectual en medio de una sociedad donde todo está podrido y ninguna causa vale. Ambas posturas me parecen lúcidas y complementarias. Mi conclusión es que estos dos arquetipos clásicos del intelectual, el uno comprometido, y el otro nihilista, o pesimista, ambos son roles necesarios sino en bandos diferentes, sí en un mismo intelecto por obvias razones.






*”¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento. (...) El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo) da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es.”