Estoy en la Av. San Martín con Billinghurst. Es noche de Halloween,
es noche criolla. Es noche del arresto preventivo de Keiko Fujimori. Es una
noche cualquiera. 9:00 pm. Calo un cigarro, mientras el schnauzer que vestí de
unicornio y yo esperamos a Sandra que fue a conseguir alguna clase de
disfraz improvisado, un arma blanca que simule un hachazo en la cabeza, entre
otras cosas. Vaya metáfora. Las calles están cerradas, porque en todo San
Martin se convoca la creatividad y tiempo libre de aquellos que se atreven a
salir disfrazados para aprovechar un momento pertinente que hará pasar la semiótica de
su locura como normalidad. Nada fuera de lo común. Cada vez más, la gente deja
los disfraces de terror por el cosplay. Gente de todas las edades prefieren convertirse por esta
noche en alguna clase de ícono cinematográfico o televisivo importante para
llamar la atención. Así gente disfrazada de Chucky, Deadpool, Darth Vather o
Shinigami, recibe su baño de multitud, el espejamiento narcisista que necesitan
para regular los engranajes de los que se componen.
Escucho una música que me conozco bien. Un sonido de banda
espectral, cadenciosa, y grave, en tono de suplicio y martirio. Si la música
llegó antes, ahora se aproxima una materia pesada, cuerpos de personas como una
estructura elefantiásica vienen desde el fondo de la Av. Bolognesi, entre una
humareda y voces que se convierten en plegaria polífona. Sobresale una imagen,
suerte de corona de esa protuberancia de carne humana. Vestidos de morado, con
túnicas, crucifijos en mano, rosarios, velas, se abalanzan sobre San Martín a
paso lento. Se calcula que su movimiento impactará con este otro movimiento más
browniano que es la noche de Halloween vs el recorrido del Señor de los
Milagros. Doy una calada más, exhalo luego de procesar toda esta información
para organizarla de la siguiente manera. Qué diferentes son las estructuras que
subyacen a estas dos rituales sociológicos, el uno convertido en el anverso del
otro. Antítesis pura, es imposible que los componentes de ambos movimientos
sociales no recusen en sus diferencias.
Símbologías, íconos jerárquicos, personas, movimientos
intrínsecos caracterizan a cada uno de estos rituales que se acostumbra a ver
en Octubre. En esta noche entran en una suerte de conflicto que solo yo puedo
ver, y también escuchar. No pasan ni dos minutos para cuando mi oreja izquierda
recoge la queja de una señora con crucifjo en mano: “Al menos que respetenque
estpa pasando el cristo morado”; mi oreja derecha recoge esta otra: “Qué
aburridos, vinieron a arruinar el paseo”. Un tercer personaje anónima ensaya su
síntesis: “¿No era también un zombie Jesucristo?”. La escena es tierna. Ahora
sí los señoras cosplayeadas de fervorosas seguidoras del Señor de los Milagros
se mezclan con los payasos asesinos y zombies que cruzan al igua que elos San Martín.
Los señores que cargan la pesada estructura del cristo morado, abren más sus
ojos al ver que por su tránsito se topan con Gokú, Caballeros del zodíaco,
brujas y magos. En el colmo de la situación, ambos séquitos, tanto del
Halloween y el Cristo peruano, están codo a codo avanzando incómodos hasta el
arco parabólico.
Los morados se detienen en el arco parabólico. Anuncian una
pequeña misa, o rezo multitudinal. Mi mente contempla admirativa, y aprovecha
para sacarle la raíz cuadrada a estas cosas que pasan. El mismo público
hallowinesco observa absorto e inocente la ceremonia morada. Yo no ´puedo
detener el flujo de mis pensamientos. Qué integrado es el movimiento morado del
Cristo milagroso. Alrededor de su ícono las personas se adocenan hasta
convertirse en parte de su cuerpo. El espacio que ocupan es reducido, tienen
que estar lo más cerca posible de su ídolo. El programa es sencillo, trasladar
al cristo morado hasta la catedral. Qué diferente de la noche de brujas. Su
espacio es más amplio, y su movimiento más dinámico. No se concentra en alguna
clase de ídolo. Si hay íconos, pero estos son tan variados que no hay
epicentro, sí concentración. Cualquiera puede ser el ídolo de turno, Deadpool,
Batman, Merlín, Optimus Prime, todos tienen sus 5 minutos. La gente interactúa
libre de alguna restricción que lo ate a alguna jerarquía que debe respetar. En
cambio el cristo morado plantea un teocentrismo radicado en la figura de Cristo
Morado y su consecuente ideario.
Según esto no es difícil adivinar por qué la humanidad se
vuelve en estos dos polos, el uno politeísta o policónico, gente que endiosa y convierte en héroes a cuanto personaje se le antoje admirable; y otros que
prefieren un solo Dios, un solo líder, una sola fe convulsa en su propia
inmantación. Ambas coexisten, pero no conviven. Si pudieran matarse, habrían
aprovechado esta noche. Un discurso mediador lo impide, una voz invisible que está
bien metida en sus cabezas y que es un tercero que los configura; les dicta la tolerancia, la proximidad, más nunca la simbiosis, menos aún la
fusión. Ambos permanecen como mosaicos dentro de otros movimientos masivos en
los que se aglomera la gente en fiestas para investirse de la simbología o
lenguaje que los define. Los miro una vez más antes de dar una calada final a
mi cigarro, y siento que la rigidez es propia de uno, y la liquidez de otra. La
postmodernidad no es un terreno nivelado, tiene altibajos, y todavía se permite
metarrelatos y antítesis. Unos disfrazados de libre albedrío, otros de
una flotante y concentrada dictadura. Ambos son ya el
fragmento de una sola ideología. Una tolerancia hueca, disfrazada de humanidad.
Tacna, 02 de octubre 2018.