Dos de los arquetipos de intelectual que este jodido país presenta, César
Hildebrandt, periodista, y Marco Aurelio Denegri, lingüista además de sexólogo, celebraron
un encuentro para desarrollar temas asociados a la televisión basura y la condición
del hombre contemporáneo. Días antes, los fanáticos de estos dinosaurios del
saber, se tomaron todas las licencias para propagar su fe en ambos ídolos del
pensamiento nacional. Días después los seguidores de ambos bandos sugieren que
el estilo y saber del uno fue superior al otro. Sin ánimos de zaherir
susceptibilidades, y con la misión de aprovechar el polémico encuentro, esbozo
unas líneas sobre el rol intelectual que cada uno ejerce y representa.
Por ejemplo, Marco Aurelio Denegri de verbo florido y vulgar
al mismo tiempo, crítico destructivo que no
escatima en improperios dirigidos hacia la especia humana, siempre me ha
parecido uno de esos intelectuales que ya no le tienen fe al hombre, y que solo
utiliza el amor al saber con el único objetivo de superar la soledad que el
solipsismo sume al ratón de biblioteca. La edad no solo le ha acentuado el
narcicismo intelectoide, sino además, se ha vuelto excesivamente redundante,
lleno de circunloquios que no huelen a nada más que verbigracia. Y esto lo
conoce César Hildebrandt, quien respetando los achaques de una mente senil, no
duda en escuchar los accesos de nemotecnia y floritura que su anfitrión le
convida a diestra y siniestra.
El punto álgido o cáustico si quiere llamárselo de algún
modo, lo encontramos a mitad del programa, por el minuto 25, momento que sirve
para entender el contrapunto que contrasta el rol y estilo que tanto Denegri
como Hildebrandt utiliza. Podemos escuchar de Hildebrandt, a propósito de
razones y consecuencias del programa mundial de estupidización: “El asunto es
que, tú, a veces piensas de modo tan abstracto, tan sólidamente abstracto, y
tan elocuentemente abstracto, que te olvidas que hay un contexto social y político,
y hay intereses de por medio.”, apuntalando que Denegri no sitúa su crítica a
la sociedad en la escala del tiempo y el espacio, sino en la mera especulación
ahistórica; para luego redondearle la estocada con: “yo sí creo que hayan
explicaciones sociales”, remarcando lo anterior. En este punto, mientras
Hildebrandt se devanea en su demagogia personal, Denegri acorrala la fe socialista
de su interlocutor “¿Pero sobre qué base tienes estas esperanzas?”.
Y es que Hildebrandt, caracterizado por un optimismo amorfo, por un idealismo democrático y socialista, a veces llega a sonar
ingenuo cuando se rodea de un verbo que invoca una fe histórica y sociógena en
el hombre, creyendo en fórmulas anticuadas, desgastadas, y para nada comestibles
por sus usos y desusos. Denegri conoce bien este fervor a las transformaciones
sociales que el “hombre rebelde”* de Camus proyecta sobre la humanidad. Pues
Hildebrandt habla desde el pragmatismo, desde el realpolitik que siempre
resulta una partida de ajedrez entre psicópatas de corbata. Pese a que este
último apunta “No podemos perder el vínculo con la posibilidad del cambio”. ”Depende
de ti (…) si escoges el continuismo, la inercia, la agonía, o el cambio”;
Denegri no cae en las clarividencias de su invitado, y sencillamente cambia la
perspectiva del tópico citando a Karl Menninger y Giovanni Sartori.
Aunque minutos después, Hildebrant busca desnudar el
sustento teórico y moral de su anfitrión, equipara la lógica de
Denegri con la poética de Emil Cioran. Denegri, ni corto ni perezoso, citando a
Ray Bradbury se defiende de la caricatura que su invitado quiere hacerle,
arguyendo que todos los días, como el autor de Farenheint 451, pisa una mina
que lo despedaza al levantarse; para luego citar a Jean Paul Sartre, revelando
su cualidad de enfermo irreversible de la existencia al igual que todos. No
contento con esto, Denegri quiere acorralar a Hildebrant bajo la etiqueta de
optimista ciego: “Cesar Hildebrandt no es un pesimista radical, (…) quiere que
las cosas salgan bien”, y luego grita a viva voz su ideario personal: "Casi
es una obligación ser pesimista, porque tampoco tendría mucho sentido forjarse
ilusiones". A lo que Hildebrandt responde con una profecía íntima: "Solo
algo nos puede salvar, al final Marco Aurelio, y es que la extinción va a
producir (…) tal nivel de terror que es posible que ocurra una transformación
sometida al miedo".
Más allá de un versus entre expertos en realidad peruana
y universal, cada uno desde su trinchera no busca ganar o demostrar ser mejor intelectual por lo que piensa o sabe; a mi me parece que ambos hacen un delicioso
contrapeso al momento de hacer un balance sobre la política, los mass media, la
cultura y la ideología dominante, entre otros temas. Pues tanto Hildebrandt,
como intelectual centrado en el presente, se involucra proyectando un contexto para aplicar sus
saberes; y Denegri como crítico de la humanidad llega incluso a cuestionar el
papel del periodismo o del intelectual en medio de una sociedad donde todo está
podrido y ninguna causa vale. Ambas posturas me parecen lúcidas y
complementarias. Mi conclusión es que estos dos arquetipos clásicos del intelectual,
el uno comprometido, y el otro nihilista, o pesimista, ambos son roles
necesarios sino en bandos diferentes, sí en un mismo intelecto por obvias razones.
*”¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero
negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer
movimiento. (...) El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra
algo) da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace
frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es.”