Otra vez El Miski, famoso antro que reúne la crema y el
hampa, además de la intelectualidad de inframundo. Todas las clases sociales,
etnias, niveles de inteligencia y tribus urbanas terminan aquí. Hoy veo
abogados de dudosa procedencia libando a discreción; sexagenarios que viven de
sus seguros conversan efusivamente, y dos señoras que todo el tiempo fungen de
jefas nos miran desconfiadas llenando su crucigrama de turno. Son las 6 de la
tarde, diríase que el local está vacío, de no ser por nosotros. Me encuentro
sentado en una mesa redonda de caoba color chocolate; esto último es de verdad,
a veces me dan ganas de morderla. Me acompañan la comparsa de siempre, Wilmer
Kutipa, Pablo Chuquin, Stiven Bejarano, Julio Puma, Alessando Penrril y Yonny
Pacheko, como tiene que ser. Rumiamos algunos temas asociados al encuentro y la
soledad. Empezamos a soltar hedores
verbales sobre música y libros. La rutina de siempre.
Todo de lo más normal hasta que yo, que estaba sentado de espaldas a la
entrada principal del Miski, siento la mirada y presencia de algunos espectros
de la tarde. Por actorreflejo volteo a mirar, y grande es mi sorpresa al darme
cuenta que tres figuras humanas nos miran circunspectos, como si quisiesen
comprobar que somos reales y no vanos fantasmas de niebla y de luz, como diría
el antiquísimo poeta Gustavo Bécquer. Instintivamente me pongo de pie para
saludarlos e invitarlos a que se unan a nosotros, como lo dicen mis modales que
sospechosamente permanecen. Se trata de Renato Osorio, trovador de buen sentido
común, Italo Zeballos, abogado y escritor retirado antes de tiempo, y Enrique
Guevara, abogado también y aficionado al anime y el cine. Todos ellos esquirlas
de lo que alguna vez fue “Ideacción”, grupúsculo de antaño que reunía jóvenes
de compromiso social e inteligencia destacada allá por el 2010.
Como ya somos varios, la mejor idea es buscar una mesa más
amplia. Cada uno da unos 3 o 4 pasos hasta tomar asiento en el mesón
rectangular que está a mano izquierda de la entrada. Me ubico ante mis
anteriores compas, a los que somnolientamente escuchaba debido a que la resaca
me ha quitado horas de sueño. Experto y practicante de psicoterapia, me pongo a
crear condiciones para hurgar en el inconsciente del poeta Julio Puma, y
rápidamente entramos en los espacios arqueológicos de la mente. Tras una hora de intensa verborrea, llegamos a
la conclusión que debemos seguir trabajando estos asuntos de yo y el super yo.
Acto seguido, como veo que al otro extremo de la mesa nadie interactúa con los ex
Ideacción. Me acerco enérgicamente, tomo asiento, pido permiso ritualescamente
para iniciar una conversación, como quien se reproduce a medida que habla. Me
doy cuenta que uno de ellos se ha ido. Los temas se desarrollan en torno al
anime*, el cine, el concepto de arte y la intelectualidad.
Aquí aprovecho para graficar a mis interlocutores mi
concepto de zonas de intereducación. A pesar del narcicismo que usualmente
emanan los artistas e intelectuales como mis convidados, me apresuro a esgrimir
una crítica sobre la última bohemia en la Bodega Capanique, a propósito del
cierre del Festilec 2018. Incisivamente les digo que tanto seso a fin de cuentas
no parece hacer la diferencia, todo se queda en el mero espectáculo, y mejor
convendría ponerse de acuerdo en crear zonas o espacios en los que podamos
educar a jóvenes mentes que deseen empoderarse en esto del arte y el intelecto.
Y es que en Tacna no hay espacios donde desarrollar bohemia, esa que te hace
dialogar y hacer crítica constructiva. Pues los locales de Tacna son meros
centros de espectáculo. Sin bohemia no habrá educación real para los mismos
artistas e intelectuales que solo se miran el ombligo; y peor aún, para los jóvenes
que buscan un mar donde naufragar.
Mis interlocutores no menos apasionados que yo, observan
puntos similares, aunque dispares después de todo. Les insisto en que no debe
perderse el trabajo que cada uno hace desde sus islotes, y que sumaría
muchísimo asumir un espacio en común donde se pueda conversar con toda libertad
sobre conceptos abstractos y concretos, un lugar donde se atacan a las ideas y
no a las personas. Hace falta un lugar donde podamos criticar, interpretar,
analizar cómodamente y en fornida dialéctica. Y eso no lo encontraremos en
locales que solo pongan gente a tocar y cantar, o actuar o leer poesía. Eso lo
encontraremos en zonas de intereducación que se arriesguen a romper el clásico
y aburrido formato que sume al espectador como agente pasivo. Algo de esto hubo
en el DON’ TRY Homenaje a Bukowski que organizó la Colectiva Caracola, y lo
sigue habiendo en las presentaciones del Colectivo Laramamango. Después de eso,
¿dónde? ¿En la Universidad? ¿Los municipios? Tiene que haber bohemia. ¿Saben
qué es eso?**
Luego de mis efluvios que apelan a que estas zonas de
intereducación tienen que estar (y lo estarán) regentados por bohemios, gente
que detesta las convenciones y apela a nuevos modos de expeler ideas a través del
arte y el conocimiento. Mis convidados y yo llegamos a un consenso en el que la
actualidad artística e intelectual le convendría bastante arriesgarse a formar simientes
que continúen con los jardines de las bellas verdades y la creación artística.
Las cervezas se han quedado vacías. Suena “Tu falta de querer” versión de la
Orquesta Candela. Nos ponemos de pie y convenimos en salir. Ya reunidos a fuera
cada uno sigue su flecha. Nuestros convidados ex Ideacción se movilizan virando
para la Catedral. Nosotros, que seguimos siendo los mismos del inicios,
concluimos en irnos a la Agronómica, donde un híbrido concierto de Salserín y
Los maravillosos nos espera. Miro el cielo, no hay estrellas, y el frío lacera
la piel. Prendo un cigarro, y empezamos a movernos al unísono.
*Ver "A propósito de mi top 3 de animes"
**Ver "Mi concepto de bohemia"
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