El problema de que la Paisana Jacinta esté en cines, es que
ha rebasado el don de la conchudez. La industria que alimenta la fetichización
de productos que avivan el seso a los drogodependientes de la estupidez ha ido
lejos. La paisana Jacinta en las pantallas grandes, lejos de ser un asunto de
menor importancia, es un síntoma de nuestros tiempos, en el que productos
no-estéticos y altamente lucrativos que hacen uso del chiste fácil, siguen
aumentando de ceros sus cuentas bancarias a costa de un daño colateral, la
perpetuación de un humor que maltrata de forma latente y manifiesta.
Por más que la Paisana Jacinta se vista de tufillos morales,
pro-estéticos, o artilugio de entretenimiento, estos no sirven más que de coartada
para que debajo del telón, revele su auténtico modus operandi, el de ser un
producto destinado a lucrar por sobre toda intención. Basado en un mecanismo de
acción que es utilizado en este país desde hace décadas: la caricatura mordaz;
que en su sesgo lástima psicológica y culturalmente a unos, y a otros refuerza
y perpetua un patrón de conducta, no solo un racismo microscópico, sino un (y
no exagero) separatismo implícito.
No es casualidad que en la televisión peruana y en las
producciones fílmicas tipo serie Z, muchos “artistas” se hayan dedicado por
casi medio siglo a la caricatura mordaz de las mujeres andinas con el único
objeto de promover la risa sardónica por medio de la exageración de rasgos y
apariencia psicológicos y físicos. Para muestra un botón, uno de los
iniciadores de este caricaturismo mordaz, es el personaje creado en los 80’s
por Guillermo Rossini, la Chola Eduviges, la del “culantro limpiecito y
fresquito”, quien usando un lenguaje ambivalente contaba chistes de tono
comprensible para el público adulto.
El punto es, con la polémica desatada de la Paisana Jacinta
en cines, la gente tiene una oportunidad de comprender por qué que un humor que
promueven personajes como el negro mama, la paisana Jacinta, y otros, basado en
la mofa de rasgos personales de cultura que se alejan de la norma, solo
conlleva a seguir invertebrando un país amorfo y para nada cohesionado, al contrario, seguirá manteniendo frescas las
fracturas no solo a nivel cultural, sino a nivel psicológico; en vista de que
la polémica ha creado una línea imaginaria que separa a unos de otros, los que
celebran el humor bizarro y a ratos insostenible de Jorge Benavides, y los que
apelan a la reflexión y análisis conductual de prácticas que lastiman a grupos
étnicos y resquebrajan la unidad pluricultural del país.
Solo queda decir una cosa más, en vano Jorge Benavides y su
séquito de seguidores apelan a un victimismo artístico al argüir que se censura
una liberal forma de engendrar entretenimiento para una masa de teledependientes
ávidos de excretar una risa. La Paisana Jacinta, el Negro Mama y otros
personajes que caricaturizan mordazmente a grupos étnicos, no son más que
depósitos de basura que se llenan de una enfermiza y multitudinaria risa. De
ninguna manera la aparición de la Paisana Jacinta en cines es un producto
cultural, estético o de entretenimiento. Su único interés es la de vaciar los
bolsillos a una población que ha crecido burlándose del otro a través de una
exageración de rasgos y patrones culturales que son incapaces de comprender, y
que por ello mismo se los rechaza. Típico y aberrante actitud. Nostalgia pura
dirán otros.
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