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viernes, 22 de diciembre de 2017

APUNTES EBRIOS "SOBRE LA PARED"



No hay necesidad de fuego. El infierno son los otros.
Jean Paul Sartre

Nunca está de más que el teatro local nos recuerde una moraleja de la lógica sartreana, la mirada del otro como un muro, pared, obstáculo; desarrollada similarmente en un libro que ya no es necesario revisar, y cuya tópica la encontramos a flor de piel en las calles, desde que uno intenta zamparse en la fila, o cuando buscamos asiento en los buses. Para la obra de teatro que vamos a comentar, esta mirada hostigante del otro, aplica para su argumento lésbico de una pareja cuya conducta afectiva y sexual se alejan de la norma cultural e ideológicamente establecidas.

Veamos. Tal vez la moraleja en “La pared”, sea la de: “Oh rayos, miren, somos unos malvados. Nosotros, la humanidad, somos los que juzgamos y censuramos las conductas de otros, justamente porque envidiamos esas manifestaciones de las que no podemos ser parte, y por ello mismo, al ser imposible formar parte de un goce que no entendemos ni podemos practicar, detestamos esas conductas. Y no contentos con eso, pedimos que se condenen. Porque aquí nadie puede amar más que yo, aquí nadie puede ser feliz más que yo, aquí nadie puede ser tan idiota como yo”. Pero vamos, el pequeño espectáculo que resulta “La pared” es más que la puesta en escena de una moraleja que podemos rastrear desde los postsocráticos, pasando por Sade, Freud, llegando a Sartre y Lacan.

Algo que parece preciso señalar, es que hay una siniestra, ingenua y aburrida ambivalencia en la estructura de los espectáculos intelectoides del siglo XXI, una tendencia a la personalidad múltiple, que se explica del siguiente modo. La perversa convivencia de estructuras antagonistas, que a diferencia de la integración yinyanesca, viven para satisfacer las dos caras de un mismo espectador: una tendencia a la mera expectación con sus sensualismos contemplativos, que se coronan mediante la risa o placer; y la otra, una parábola cognitiva de tendencia reflexiva y crítica, diseñada para inocular conciencia, como correlato. De esto mismo parece hacer eco los comentarios del director de “La pared”, al proponer las artes escénicas como alternativa seria y real a la televisión o internet, optando por una especie de activación sensorial e intelectual en el espectador.

A mi parecer, “La pared” es una obra asimétrica y polifónica de corte socioterapéutico que desarrolla el incipiente e invisible tema de la exclusión y condena de la conducta lésbica, en medio de una sociedad hipersensible y fóbica a la felicidad del otro, en clara descripción psicotopográfica de cualquier ciudad con poca tolerancia a la frustración. De argumento sencillo e imperceptible de seguir, debido a los recursos de los que se vale para atrapar al público. La inventiva y performance de la obra, aportan una experiencia que se puede acompañar con un mojito barato y subtítulos a gusto. Mención aparte merece la vestimenta y maquillaje, el léxico corporal, las coreografías con TDAH, y el uso dramático de la percusión que recuerda al uso de la misma en Birdman de Irrañatu.

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