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sábado, 19 de diciembre de 2015

¿DENEGRI VS HILDEBRANDT?


Dos de los arquetipos de intelectual que este jodido país presenta, César Hildebrandt, periodista, y Marco Aurelio Denegri, lingüista además de sexólogo, celebraron un encuentro para desarrollar temas asociados a la televisión basura y la condición del hombre contemporáneo. Días antes, los fanáticos de estos dinosaurios del saber, se tomaron todas las licencias para propagar su fe en ambos ídolos del pensamiento nacional. Días después los seguidores de ambos bandos sugieren que el estilo y saber del uno fue superior al otro. Sin ánimos de zaherir susceptibilidades, y con la misión de aprovechar el polémico encuentro, esbozo unas líneas sobre el rol intelectual que cada uno ejerce y representa.

Por ejemplo, Marco Aurelio Denegri de verbo florido y vulgar al mismo tiempo, crítico destructivo que no  escatima en improperios dirigidos hacia la especia humana, siempre me ha parecido uno de esos intelectuales que ya no le tienen fe al hombre, y que solo utiliza el amor al saber con el único objetivo de superar la soledad que el solipsismo sume al ratón de biblioteca. La edad no solo le ha acentuado el narcicismo intelectoide, sino además, se ha vuelto excesivamente redundante, lleno de circunloquios que no huelen a nada más que verbigracia. Y esto lo conoce César Hildebrandt, quien respetando los achaques de una mente senil, no duda en escuchar los accesos de nemotecnia y floritura que su anfitrión le convida a diestra y siniestra.

El punto álgido o cáustico si quiere llamárselo de algún modo, lo encontramos a mitad del programa, por el minuto 25, momento que sirve para entender el contrapunto que contrasta el rol y estilo que tanto Denegri como Hildebrandt utiliza. Podemos escuchar de Hildebrandt, a propósito de razones y consecuencias del programa mundial de estupidización: “El asunto es que, tú, a veces piensas de modo tan abstracto, tan sólidamente abstracto, y tan elocuentemente abstracto, que te olvidas que hay un contexto social y político, y hay intereses de por medio.”, apuntalando que Denegri no sitúa su crítica a la sociedad en la escala del tiempo y el espacio, sino en la mera especulación ahistórica; para luego redondearle la estocada con: “yo sí creo que hayan explicaciones sociales”, remarcando lo anterior. En este punto, mientras Hildebrandt se devanea en su demagogia personal, Denegri acorrala la fe socialista de su interlocutor “¿Pero sobre qué base tienes estas esperanzas?”.

Y es que Hildebrandt, caracterizado por un optimismo amorfo, por un idealismo democrático y socialista, a veces llega a sonar ingenuo cuando se rodea de un verbo que invoca una fe histórica y sociógena en el hombre, creyendo en fórmulas anticuadas, desgastadas, y para nada comestibles por sus usos y desusos. Denegri conoce bien este fervor a las transformaciones sociales que el “hombre rebelde”* de Camus proyecta sobre la humanidad. Pues Hildebrandt habla desde el pragmatismo, desde el realpolitik que siempre resulta una partida de ajedrez entre psicópatas de corbata. Pese a que este último apunta “No podemos perder el vínculo con la posibilidad del cambio”. ”Depende de ti (…) si escoges el continuismo, la inercia, la agonía, o el cambio”; Denegri no cae en las clarividencias de su invitado, y sencillamente cambia la perspectiva del tópico citando a Karl Menninger y Giovanni Sartori.

Aunque minutos después, Hildebrant busca desnudar el sustento teórico y moral de su anfitrión, equipara la lógica de Denegri con la poética de Emil Cioran. Denegri, ni corto ni perezoso, citando a Ray Bradbury se defiende de la caricatura que su invitado quiere hacerle, arguyendo que todos los días, como el autor de Farenheint 451, pisa una mina que lo despedaza al levantarse; para luego citar a Jean Paul Sartre, revelando su cualidad de enfermo irreversible de la existencia al igual que todos. No contento con esto, Denegri quiere acorralar a Hildebrant bajo la etiqueta de optimista ciego: “Cesar Hildebrandt no es un pesimista radical, (…) quiere que las cosas salgan bien”, y luego grita a viva voz su ideario personal: "Casi es una obligación ser pesimista, porque tampoco tendría mucho sentido forjarse ilusiones". A lo que Hildebrandt responde con una profecía íntima: "Solo algo nos puede salvar, al final Marco Aurelio, y es que la extinción va a producir (…) tal nivel de terror que es posible que ocurra una transformación sometida al miedo".

Más allá de un versus entre expertos en realidad peruana y universal, cada uno desde su trinchera no busca ganar o demostrar ser mejor intelectual por lo que piensa o sabe; a mi me parece que ambos hacen un delicioso contrapeso al momento de hacer un balance sobre la política, los mass media, la cultura y la ideología dominante, entre otros temas. Pues tanto Hildebrandt, como intelectual centrado en el presente, se involucra proyectando un contexto para aplicar sus saberes; y Denegri como crítico de la humanidad llega incluso a cuestionar el papel del periodismo o del intelectual en medio de una sociedad donde todo está podrido y ninguna causa vale. Ambas posturas me parecen lúcidas y complementarias. Mi conclusión es que estos dos arquetipos clásicos del intelectual, el uno comprometido, y el otro nihilista, o pesimista, ambos son roles necesarios sino en bandos diferentes, sí en un mismo intelecto por obvias razones.






*”¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento. (...) El rebelde (es decir, el que se vuelve o revuelve contra algo) da media vuelta. Marchaba bajo el látigo del amo y he aquí que hace frente. Opone lo que es preferible a lo que no lo es.”


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