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lunes, 24 de septiembre de 2018

“EL LOCO Y LA TRISTE” DE LA COMPAÑÍA ALEGRÍA EN TACNA




El teatro, la dramaturgia, la escritura, el lenguaje tienen el poder de reunir en un solo espacio fuertes alegorías que sintetizan la filosofía popular, al punto de impactar en las formas inconscientes en que se organiza la mente humana, en un proceso de reestructuración subjetiva que reinterpreta la vida. Tal sentido tiene “El loco y la triste”, obra del fallecido dramaturgo chileno Juan Radrigan, que se presentó anoche en la legendaria Casa Laramamango, de la mano del elenco teatral de la Compañía Alegría del país chileno. Esta obra desarrolla las aventuras de dos arquetipos de la marginalidad chilena (que bien podría ser de todas partes): Eva y Huinca, una vieja prostituta displásica, y un anciano pordiosero alcohólico tendrán una ambivalente simbiosis de género cuyo fondo es el trajín de un suburbio caótico y depredador.

Esta obra fácilmente encajaría por tema y lenguaje en el realismo sucio, etiqueta designada para las narrativas que rayan el tema de la marginalidad, cuyo imaginario está recargado de personajes como prostitutas, borrachos, pordioseros, traficantes, proxenetas, drogadictos, etc.; todos expresando un verbo coprolálico y coloquial, y en este caso con chilenismos a la usanza que de inmediato, para el espectador peruano, transportan a una atmósfera enrarecida por lo diferente y, por tanto, extraño.  Es así que el texto sin usar formalismos académicos construye su argumento a base de modismos de todo tipo: refranes, muletillas, dichos de la cultura popular chilena, todos acompañados de cuando en cuando por una sutil poesía que se mixtura con la nítida interpretación de los actores.

La dramaturgia de esta obra está diseñada para que dos personajes, el uno varón y el otro mujer, sean los arquetipos de una cultura donde impera un machismo y hembrismo no por convicciones si no por puro existir. Así estas almas humanas que comparten desdichas, coexistirán para convidarse el poco fuego de la vida a pesar de sus penumbras. El carácter de estos personajes hacen que la obra rose en todo momento un sentido del humor popular con referencias jocosas a las propias desgracias y a los chistes sexuales. Pues, el uno bien podría encajar en el perfil de un sujeto psicótico, delirante por su refugio en el alcohol, mientras sueña con morir y entrar en el paraíso; y la otra borderline, con trastornos afectivos que la hacen maldecir por la vida que lleva. De esta manera Huinca y Eva repasan sus vidas para encontrarse el uno en el otro, en una muestra de buena relación entre géneros dispares.

Es notable la interpretación de los talentosos actores cuyos temperamentos son propicios para representar las vigorosas personalidades de los protagonistas. La escenografía, luces, utilería todo se integró, pese a sus tonos grises, hasta la fusión exacta con sus actuaciones para crear materia envolvente. No solo por el tema, sino por el fuerte pathos que tanto dramaturgia, interpretación y ambientación lograron transmitir. Sin duda la experiencia y talento de los actores me hace pensar en lo poderoso e influyente que puede ser para la obra el dominio de un atinado lenguaje no verbal y paraverbal, como la kinesia, la proxemia, que aquí cobran verdadero protagonismo junto con el texto dramático. Todo esto reunió elementos para que el espectador proyectara en ambos arquetipos sus propios miedos, certezas e inseguridades que desembocaron en rigurosa catarsis.

Me atrevo a decir que esta obra se enmarca en el teatro terapéutico, y el concepto no es gratuito. Pues hay obras que no son puro divertimento, sino que tienen la fuerza suficiente para poner las cosas en su lugar, hablando del interior humano. A eso apunta la teoría catártica: el hecho de superar duelos o conflictos propios del espectador, a través de la estética de la transformación, cuyos elementos emocionan, motivan, y por lo tanto permiten aprendizaje.  No hay estricta pedagogía aquí sino aprendizaje por observación. “El loco y la triste” es emotiva y lúcida. La recomiendo gratamente a todo aquel que no solo quiera ir al teatro a calentar el asiento, sino a dejarse transformar por un flujo de materia y energía que toca los matices del sentir humano. El mensaje puede ser otro, yo me quedo con este.

Tacna, setiembre 2018.

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