Existe un grupo de poetas herederos del mejor axioma
horazeriano y su poema integral: “Sólo
una poesía que integre y totalice puede incorporar y ofrecer un válido registro
de la experiencia de este tiempo sacudido por todo tipo de conmociones”.
Son poetas que continúan el imperativo del Verástegui de “En los extramuros del
mundo”, el Pimentel de “Ave Soul”, y el Ramírez de “Un par de vueltas por la
realidad”. No es difícil encontrar una actualización de esta poética
fuertemente mixturada en un elemento gramatical que sigue haciéndole caras a
las estructuras de la sociedad, no sabemos si consciente o inconscientemente,
en diáfana crítica. Puede que esto no sea más que una concesión a la moda, o
una seria certeza que delinearía el campo de acción y la conciencia social que
algunos tienen, lejos de otras vertientes que hacen poesía de la poesía, o
poesía del lenguaje como divertimento. En esta veta de poetas muy conscientes
de su tradición se inscribe Julio Barco, nutriéndose del espectro de la poesía
lúcida y viva, con aciertos y excesos, que señalan el múltiple estro de la
joven poesía peruana.
En “Respirar” (La Chimba, 2018), la escritura de Julio Barco
recuerda la literatura de las calles, el lente filmográfico que revela la
poética de la inka cola en un chifa luego de hacerle el amor a una ex, o la
escritura de una carta de amor en una cabina de internet donde niños ratas
dotean. Su poética expresa el conflicto poesía vs urbe, espacio o punto de
encuentro que resulta vorágine, pues devora todo a su paso, transformando lo
simbólico de la ciudad en un imaginario de la individualidad que frisa el
solipsismo En este movimiento, Julio Barco se reconoce un sujeto marginal. El
yo poético configura un personaje de suburbio que positiviza su día a día
mediante un flujo de conciencia bien anclado en el presente, sin temas previos
que desarrollar, más que su propia percepción, siempre inmediatista.
Los poemas de Julio Barco no tienen causas ni temas
previamente esbozados. Su poesía es la articulación del sujeto únicamente con
los significantes más que los significados. Sus interlocutores se cuentan con
los dedos de las manos: su yo especular, quien se observa como el aeda de estos
tiempos, que bien podría resultar el ángel de la escritura que es la naturaleza
misma de las cosas; las amantes, representadas por su deseo, que es energía
libinidal organizando su mundo poético y subjetividad; y algunos espectros que
son invocados como simbolizaciones de su otredad. De esta manera su poética es
revelación y autoconocimiento, en medio de la rutina limeña en su variante
chicha, lejos de los idílicos espacios llenos de rococó y aristocráticas
maneras de existir. Lo excluido y marginado hace una lírica de su no todo, la
otra cara de lo que no es, y de la cual extrae estricta identidad.
Un acercamiento a la composición poética en “Respirar” lo
podemos encontrar si utilizamos tres vectores que miden lo que podemos
llamar fuerzas estructurantes: logos,
pathos y eros. En este volumen de poesía la mayoría de poemas combina esta
tríada con monólogos verborrágicos que hacen preguntas y metacognición sobre la
existencia humana y sus alrededores; ese punto de inflexión en que
diferenciamos el adentro del afuera, que mezcla logos (conocimiento) y pathos
(padecimiento), siempre dirigidos por el eros (deseo y goce). Esta manera de
organizar los poemas en inusual automatismo, lo podemos ver en “I SEE YOUR FACE
BEFORE ME”, que empieza dirigiéndose al objeto de deseo: “Una hippie argentina/Frente a los autos detenidos/& el tráfico: su
dulce cabellera parpadeante.”, para luego reflexionar tomándola como punto
de referencia de sus malestares: “Amo a
las niñas, los árboles, las veredas/ mis sucios zapatos y les canto./ Y estoy
solitario por Tayacaja buscando/ la hilarosada del atardecer, lo más intenso/
Es explorarnos, ubicarnos/ en el eje de nuestra desnudez.”
Sin embargo, no todos los poemas dosifican de forma
equilibrada esta tríada. Gran parte de los poemas son frenéticos ejercicios de
escritura automática, verborréica, dando como saldo poemas que inician bien,
poemas que fluyen y que se desbordan en ritmo vertiginosos sin redondear su
causa y medida, arremetiendo únicamente los voltajes de la creación, caballo
desbocado, donde sólo importa la resemantización en pro de un imaginario que
dota al autor de estricta identidad o self. Poemas como “It never entered my
mind”, “I want to talk about you”, “Don’t blame me” que son parte del primer
grupo de poemas, sostienen la estructura triádica arriba mencionada, el deseo
dando paso al conocimiento y el padecimiento, que es motivo para tocar temas
como el sentido de la escritura, la relación yo/lenguaje, el complejo de
identidad, la realidad resemantizada, los valores y emociones humanos en todos
sus colores. Todo entra en ese motor de la escritura que es “Respirar”.
Si hay que elegir poemas que representan este momento
poético de Julio Barco, elijo “& MENTE FLUYE TEJE & TEJE FLUYE MENTE F
L O R E C I E N D O”, “C R U Z A N D O O UN ABISMO CON TU NOMBRE DE SOLAPA EN
EL CORAZÓN”, y “A MI BRO ALEX”, de breve y por lo tanto menos ampulosa
estructura, con un manejo circular y temático que hacen digerible una lectura
plácida para quien quiera acercarse a la portentosa poética de este autor
limeño. Nuevamente en estos poemas encontramos en primer plano el deseo y goce
del autor, y como fondo la ciudad con toda su flora y fauna que dota de
contexto y sentido a la peculiar experiencia de vivir la poesía en tiempos
donde lo simbólico (leyes, normas) censura y castra a lo imaginario (el yo).
Por este hecho, la poesía se nos aproxima no como una vía de escape, sino como
un estilo de vida, cuyo lenguaje crea anticuerpos frente a la aplastante
realidad donde la voz del poeta no se pierde sino organiza la experiencia de
los sujetos.
El poeta dice: “Los
globos coralinos de los chifas oscilan/ Sirven en platos blancos los wantanes –
la tele proyecta noticias/ & todos nos perdemos & somos caos en el
juego de las máscaras”, retratando el medio de donde nace su discurso, para
luego protestar el pathos que lleva dentro mediante el logos: “y yo sé que todo esto nos destruye/ y nos
ata/ Todo es una ciudad- una ciudad infectada y también es mi cuerpo/ Y mi
lengua” (IT NEVER ENTERED MY MIND); actitud que le rescata de la psicosis,
pues el poeta nombra lo que no puede ser nombrado. No experimenta el lenguaje
como otredad o sentido oculto. “Mi verso
lo escribo/ Porque Susana, la vecina, nos compró un panetón/ y Molina –viudo
adusto- me vendió arroz a 1.20 el medio kilo./ Solo así entiendo el verso/ No
me encierro con locos/ A contarme leyendas/ No me importa la teoría del poema/
ni corregir para que me quieran más.” (“C R U Z A N D O O UN ABISMO CON TU
NOMBRE DE SOLAPA EN EL CORAZÓN”). Actitud iconoclasta que demuele los templos
de la poesía peruana.
Mi conclusión es que hay una filosofía de la poesía en Julio
Barco, que es perceptible para quien no canoniza maniqueamente lo bueno de lo
malo en materia poética sino para aquellos que ven en la poesía pensamiento
salvaje, psicoterapia alquímica, política subversiva. Es lo que veo en su
actitud poética, que flota y proyecta entrelíneas la energía del sujeto que se
reafirma en sí, no por una causa social, no por un ideal antropológico, sino
por un individualismo anarquista que está en comunión con los elementos que lo
configuran. A mí me parece que este autor no es de esos poetas que hacen currículum
o trayectoria literaria para aspirar a algún cargo de la burocracia cultural.
Julio Barco es un bárbaro que espera las trompetas de un apocalipsis que busca
un nuevo orden. Su obra apunta a un fenómeno que supera y escapa las tediosas
formas del libro para volver a sus fuentes: la vida misma. Su poesía te dispara
a las calles, a la realidad peruana, al simple estar vivo y su esplín en todos
sus matices. Que el público decida si estos poemas tienen alguna utilidad y si
merecen sobrevivir al tiempo. Yo prefiero al lenguaje como herramienta, arma y
hogar.
Tacna, setiembre 2018
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