Las personas de estómago suelto se enternecen por las teatralizaciones de la familia Fujimori, cayendo redonditos en el trucho martirologio de
su patriarca Alberto Fujimori. Recientemente se ha escuchado a padre e hija protestar
en contra de una persecución y ataques de la cual, según ellos, son objeto, quejándose que el sexagenario viene siendo utilizado como “arma política”. Esto
resulta soberanamente estúpido cuando son ellos los primeros en usar el fuerte simbolismo que representa el jefe de la dinastía fujimorista
para las huestes que todavía creen en su mesianismo.
Fujimori es un hombre cuyos crímenes distorsionan el
concepto de humanidad. Se conoce ampliamente las razones que lo condenan más
que canonizarlo. Haciendo un balance de su “vida y obra”, este sale
debiendo al pueblo peruano económica, emocional y moralmente. Por ningún motivo
es razón para concederle alguna clase, por mínima que sea, de privilegio. El
pseudo indulto humanitario perpetrado en las vísperas a Navidad del 2017 fue
provocado por la presión instrumentalista de los propios Fujimori en una jugada
que devolvería el mito y símbolo que alimenta las filas y fuerzas naranjas.
Alberto Fujimori es uno de esos trastornados que han dejado
su humanidad para dar paso a sus más profundas perversiones. Su vida no es
política, sino psicopática. No hay humanidad en cada uno de sus movimientos.
Cegado por sus instintos primarios, se entregó a las ambiciones más siniestras
a costas del pueblo peruano, quienes terminaron pagando por las atrocidades de
los Fujimori. Pese a que el sistema judicial de este país logró con altibajos
condenar el comportamiento anómalo del patrón fujimorista, intereses que viven en el
submundo detrás de los poderes estatales, encontró la manera de lograr un "indulto humanitario" que fue mera jugada política.
No hay arrepentimiento en Alberto Fujimori, cuyas dotes actorales y jugadas políticas recuerdan la fraudulenta campaña de liberación
que hiciera el dictador Augusto Pinochet. Realmente los criterios para indultar
humanitariamente al patriarca de Fuerza Popular que maneja la gente de derecha a izquierda,
no tienen pies ni cabeza, y son fútil sentimentalismo que se impone ante la
razón. No hay por qué ser sensibles o pseudoracionales cuando se trata de “perdonar”
a un ser humano que viejo y enfermo, supuestamente, no merece morir en la
cárcel. Alberto Fujimori debe pagar condena, la cadena perpetua es apenas mera
consecuencia de sus actos.
Alberto Fujimori perdió la carrera de demostrarle al mundo,
y a los peruanos que él tenía razón. Nunca la tuvo. Pese a que sintió que su
gobierno era una certeza irrefutable, el tiempo ha condenado su actuar y como
perdedor, pagará las consecuencias. El asunto va más allá que los criterios de
justicia que difícilmente el papel explicaría. La razón más sencilla para
explicar por qué Alberto Fujimori no debe ser indultado humanitariamente se
puede comprender desde dos puntos de vista que nada tienen que ver con las
sensiblerías de aquellos que todavía mojan sus camas.
1) El simbolismo que todavía representa Alberto Fujimori
para sus huestes es peligroso. Es sabido que los herederos del fujimorismo,
entre ellos Kenji y Keiko, tienen como fuente de su pseudo poder popular las acciones falsamente martiristas de Alberto
Fujimori en su gobierno, con mitos y leyendas como que fue él quien acabó con
el terrorismo, o que el sentó las bases económicas y democráticos del estatismo
peruano, o que fue un santo para los pobres por medio de su asistencialismo;
cuando en las sombras operaba de maneras famélicas y tiranas. Por tal motivo
Alberto Fujimori como poder simbólico debe ser anulado y esto solo se logrará
en la cárcel, porque libre, es sinónimo de triunfo para los fujimoristas.
2) Su encarcelamiento es ejemplo de justicia y castigo para
aquellos que todavía se escudan en la horrible égida de antivalores
repudiables. Que Alberto Fujimori permanezca en la cárcel hasta la muerte sirve
de lección y advertencia para aquellos que viven de la corrupción, el abuso de
poder, y el saqueo de las arcas de este país. La firmeza para que alguien que
no merece el indulto humanitario por más que haga jugadas como falsificar
certificados de salud o deudas políticas, es un sobreaviso para aquellos que
hacen de la política un gamonalismo que convierte al Perú una chacra.
Esas son mis razones. Yo no perdono a Alberto Fujimori. Yo
lo condeno, y si pudiera yo mismo haría justicia con mis manos. Cortaría su
cabeza y la exhibiría en el museo de la memoria bajo el rótulo “cabeza clava de
un dictador”. Los demás pueden hacer uso de las razones o motivos que quieran,
que por lo general no pasan de una neurosis lastimera y de un efecto pastoral que
engrosa las filas de una piedad que no tiene cabeza. No se le perdonó a
dictadores de mal gusto como Somoza o Pinochet, y vamos a empezar a rasgarnos
las vestiduras tratando de darle humanidad a alguien que no la tuvo. Alberto
Fujimori morirá en la cárcel, o este país seguirá hundiéndose en un mar de
lágrimas.
Tacna, octubre 2018
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