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"5 METROS DE POESÍA" DE MIGUEL GUTTI

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miércoles, 4 de enero de 2017

DE CÓMO UN VOLCÁN ESCALÓ MI CABEZA



Admirador del Basho mortal y de las combinaciones de sus palabras sonoras y cromáticas, también escribo un diario de viajes que no signifiquen las redundancias existenciales de hombres del pasado y de ahora, en una era tecnológica que tiende a devaluar cualquier emoción humana al punto de desdibujar la sensibilidad y reducirla a sus factores comerciales.

Una de estas páginas de mis diarios de viaje, contiene una pequeña estancia que hice al volcán Tutupaca, supuesta cumbre más alta de la región Tacna, con 5 mil 800 metros de altura sobre la línea de nuestro salineo mar, cercana y allende al pueblo de Camilaca, donde usando mi licencia para hacer estupideces, haría algo que removería mis huesos y espíritu, cosa que me significó uno de los episodios más inusuales y divertidos.

La idea era plantarse a los pies del denominada Taita Tutupaca, y registrar la flora y fauna de sus recovecos. A nadie se le ocurrió siquiera la remota ficción de subirlo y llenar de humanidad sus cumbres, pese a que todos en secreto se soplaran la letra de hacer algo loco y espumeante. Mis pares pretendían explorar otros sitios más atractivos en lugar de aceitar sus huesos y desgastar caballos de fuerza en escalar una, no tan amable y sin gracia, pústula de tierra volcánica.

Y ahí estoy yo, haciendo apuntes de la excelentísima y medicinal flora en las faldas del “Taita”, donde según cuentan los aldeanos, crecen hierbas y plantas endémicas del lugar, como la Aldía, planta geométrica y agradable al tacto buena para el estómago, los problemas de respiración y las enfermedades de los bronquios. Ya había tomado una decisión, mientras dejaba atrás varios cadáveres de vicuña perpetrados por forajidos e inescrupulosos. Aproveché que mis compñaeros de viaje tiraban una siesta bajo un rocón de colores azufrescos y les di esquinazo a mis compñeros de viaje.

Me plantée una meta, al menos llegar a la zona nívea, donde restaban las utimas cumuos de banquisima nieve producto del friaje temporal que año tras año se almacena en el un tercio último del volcán, ya la cúque visto desde donde estaba,le quedaba como una chalina para tan taciturna figura arrobada en una posición meditabunda.

Subí sin pensar, como muchas cosas que hago, subí sin pensar en los contras, porque en los pros más que pensarlos, los saboreo. Uno, dos, tres, empecé a correr, me dije a mí mismo, es una buena ocasión para tener en forma mi glándula “puedeshacerloquequieras”. Y así, no di ni 20 saltos y ya estaba a unos 50 metros lejos de mis pares naturistas que me hacían gestos con las manos. Ah caray, dije, me están dando porras. Di media vuelta y seguí corriendo, como si hubiesen muchos mañanas.

Conforme fui agarrando ritmo quemando mis reservas de energía productos de un seco de pollo como desayuno, echando de cuando en cuando miradas para atrás, noté que todo lo que tenía dos patas se reducía a meros puntos sobre un impresionante paisaje lleno de cónicas y planos cartesianos llenos de azul y nubes.

Hasta cierto punto, mientras subía y me llenaba de razones para desistir, vi que era necesario a hacer breves paradas para recuperar el aliento. Cámara en mano, fui poco a poco dando testimonio de lo que era escalar con humanidad semejante bóveda de tierra acumulada, a esas horas caliente por un sol bipolar y con un aire gélido que empezaba a partirme los labios. Haciendo caso omiso del autosabotaje que todos poseemos y de las ideas castrantes que mosquean cuando el vigor y la determinación se alejan, saqué fuerzas y aliento para describir, no sin poesía, todo lo que mis ojos veían.

A cierta altura, me entró una extrañísima y dulce paranoia que saboree como un thriller psicológico. Pensando que alguna clase de felino u forma de vida paranormal perteneciente a la criptozoología pudiera atacarme o simplemente aparecerse, sea un puma o un espíritu de la alturas, agudicé mis sentidos para estar alerta ante cualquier cambio de aire o sonido en el espacio-tiempo que alcanzaran mis 5 sentidos más 1; de modo que a cada rato giraba la cabeza como un faro hacia las 4 direcciones de a perspicacia y en sus 360 grados que mi cabeza me lo permite.

Oía pasos a cada instante, la brisa que corría muy sonora, interrumpían los menesteres de mis no tan afinados oídos, más predilectos en reconocer una pieza musical que un animal asechando. De modo que pasos más arriba comencé a pensar seriamente que ninguna clase de animal podría habitar semejantes alturas, y que el único animal que por ahora rondaba semejante sección de la tierra, era yo por animarme ciega y compulsivamente a subir las hipotenusas del taita Tutupaca. Así que tuve que deshacerme del cartucho de la paranoia para seguir escalando, no sin cautela y mucha disciplina.

Metros arriba tuve que adaptarme a la forma del volcán, es decir, tuve que empinarme para no perder el equilibrio. El suelo lleno de piedras pulverizadas y rocas menudas impedían dar paso seguro, ya que todo estaba diseñado para rodar y venirse abajo en cualquier segundo. Así que, aferrado a lo único seguro que tenía entonces, mis pies y mi mente, teniendo a la vista mi meta, decido avanzar y tragarme cualquier atisbo de cobardía en el dintel de mi puerta. Visto desde ahí, serían unos 50 metros los que me separaban de mi lugar de alunizaje.

Ya faltándome poco para llegar, pues francamente la imaginación era lo único que me separaba de mi meta, comencé a soplarme un montón de frases de autoayuda heavy típicos de todo aquel que está apunto de venirse abajo moral y físicamente; pensé en Bruce Lee, en Krishnamurto, pensé en Musashi, en Carl Rogers; pensé en Lao Tsé, Viktor Frankl; hasta en Yoda y el maestro Splinter pensé, pero sentí que me hababan con las manos y sus gestos se hacían incomprensibles para el vértigo y la falta de aliento que me hacía. Dejé todo eso y pensé en mí. Solo tenía que enviar órdenes a mis pies. Órdenes tiranas y sádicas, por cierto. Como “avanza o muérete”. No podía hacer otra cosa que hacerme caso. Sintiendo la sensación de tener metales pesados en mi garganta y estómago, paso a paso fui acercándome a mi meta como Cuba Gooding Junior en Hombres de Honor, teniendo como Jefe Maestro a una versión de mí con una mirada que lo prometía todo.

Y al fin. ¡Primera nieve! Lo que parecía nieve no era nieve. Eran estalactitas a la inversa. O sea, hielo en forma de cuchillas en dirección al cielo, que completaban la estructura de dientes de tiburón o de cierra manual. ¡Aguanta! Se oye un ruido. ¿Un hilillo de agua? ¿Dónde? Ahí, debajo de la tierra, de bajo de los almacenes de hielo fundido. Sí, es agua. Tómala. No, ¿y si tiene gases volcánicos o algún material mortífero? No o sabrás si no lo pruebas. Está bien. A ver, hmmmm, sí, purita. Ahora chupa hielo, muerde. No, está muy duro y helado. Arranca y chupa carajo. Está bien. A ver..hmmmm delicioso. ¿Ya ves? Ya puedes decir que te has comido al volcán. Aguanta. ¿Te vas a quedar ahí? Sí, ya llegue a dónde quería. No. Sube más. ¿A dónde? A la punta. ¿Estás loco? Sí, vamos, hazlo de una vez. Bueeeno.

Los ojos los tengo chinos de tanta brisa que corre cada vez más gélida. Ya los epítetos me faltan o no vienen a mi cabeza por un ligero mareo que siento. El corazón me tiembla y está a punto de estallar. Una calma reina en el ambiente. Escucho mi voz. Qué hermoso es todo esto. Qué lejos puedo ver, y cuan solo estoy aquí. Solos tú yo, Tutupaca. Hay que avanzar. Paso tras paso, es como si la gravedad hubiese aumentado. Haciendo cuentas, estoy muy cansado, más de la cuenta. Con cámara en mano describo lo último que pude registrar, pues la máquina se quedaba sin baterías. Yo no. Me despido de la cámara y sigo avanzando. Todavía puedo más. Noto que cuando has superado lo que creías meta, el resto es pan comido. Uno…dos…tres… lento pero seguro, disfrutando de la ascensión, me maravillo de mí mismo, de la naturaleza, de l vida, de todo, que al final de cuentas, es lo mismo. Lo que veo afuera está dentro de mí, lo que está afuera soy yo, pienso.

¿Cuánto tiempo ha pasado? Ya debe ser tarde. Pero todavía falta algunos metros más para llegar al clítoris del asunto; la cumbre está ahí no más, no deben ser ni 30 metros. Puede ser peligroso, recuerda que te esperan, se oye en el ambiente. Ok. Tú ganas. Pero antes, déjame hablar con el taita. Hey, Taita, he venido aquí a visitarte, gracias por dejarme venir. Sé que lo has dispuesto todo de esta manera. No he venido con las manos vacías. Tengo un haiku que escribí cuando era un mocoso bueno para nada. Sigo siendo mocoso, no sé si bueno para nada todavía. Ahí te va:

Nada me afecta
El sol sale y se oculta
¿Qué hay que saber?

Y bueno, gracias. Yo me tengo que ir. A la próxima vengo con amigos a visitarte. Que te vaya bien. Tengo que bajar. Adiós.
No sé en cuánto tiempo habré subido pero tenía que bajar rápido. El cielo amenazaba con oscurecerse. Así que ya tomándome en serio los posibles peligros de continuar en semejante altura, dejé caerme un poco y empecé a correr como un trueno, no por lo rápido, sino porque adquirí un movimiento zigzagueante para no rodar e irme de bruces con el vacío. Y así, zig-zag, zig-zag, resbalando, haciendo ruido, alegre y cantando una tonada, bajé, fugaz, más no fulgurante. Probablemente el fulgor estaría en la enorme sonrisa que desbordaba mi cuerpo. Me sentí un felino, un auquénido, o un simple humano bajando cojudamente por lo apurado que está. Noté que reía y se hacía atmósfera.

Ya abajo, fui percibiendo que las figuras se hacían grandes, y que los puntos se hacían personas. Hooooola! Gritaba mientras me quedaban un par de kilómetros. Las figuras ensombrecidas por la distancia me devolvían el saludo y seguían haciéndome señas. El eco ayudó a que llegaran a mis oídos extraños mensajes de aliento. Sigo bajando en zig-zag, mis articulacioens empiezan a doler un poco por los esfuerzos que le pongo en bajar rápido y doblar a cada rato las rodillas para frenar y seguir dando saltos.

He llegado. La primera figura humana mira su reloj y me dice: -Has bajado en 20 minutos. -¿Y en cuanto tiempo subí? -Dos horas. Genial, es hora de volver a casa, está oscureciendo.
Subimos todos a la camioneta. La sonrisa me dura hasta ahora. Recuerdo que medio adormitado, por lo narcóticos que son los efectos de algunas ideas, escribí mentalmente un haiku que pulí en las cuatro paredes donde nos hospedamos.

Subido al Tutupaca
Puede verse todo
Menos el Tutupaca

En el camino de retorno, uno de los aldeanos me dijo que solo había escalado una parte del Tutupaca, el Tutupaca Occidental, y que el Tutupaca Oriental es más hostil y agresivo. Sin embargo, había escalado el más alto, como apuntó el otro aldeano.

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