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domingo, 6 de mayo de 2018

EN TORNO A WIÑAYPACHA



El estreno de Wiñaypacha (Catacora, 2018) en las salas de cineplanet, probablemente se ha tornado en un evento intrusivo para muchos acostumbrados a consumir un cine comercial que permite la excreción facilista de emociones pasajeras. Sin embargo, Wiñaypacha, es más que un suceso mediático o una curiosidad por estar enteramente en idioma aymara o haberse estrenado en la misma semana que Infinity War. Los temas que desarrolla pertenecen a la descomposición de la cultura aymara, la vida en pareja bajo la cosmovisión andina, y la miseria de la ancianidad abandonada. El argumento no es solo simplista: es la voluntad insistente de su director de querer mirar con ojos propios una partícula elemental que compone a un Perú invertebrado. El director renuncia a una técnica acostumbrada a servir el lenguaje cinematográfico según cánones taquilleros, para dar paso a la poética de la imagen, haciendo de los paisajes y fondos que acompañan a la pareja de octogenarios (Willka y Phaxi), un personaje más, la madre tierra. En Wiñaypacha el tiempo y el espacio quedan anulados para mostrarnos un pedazo de realidad suspendida más allá de cualquier marco teórico. Los personajes no abundan, y la trama brilla por la ausencia de los mismos, dando mayor protagonismo a la pareja de ancianos, focalizando los sentidos y la percepción a los amplios matices psicológicos que se vive en los andes mediante la imagen continuamente superpuesta del hombre con su medio. Y a pesar de que el filme y su trama anunciaban un posible indigenismo o aymarismo, se trata horizontalmente del peso y valor de una historia que necesita ser contada, y cuyo director no vacila en arrojar al público de las formas que se le ha apetecido, desde una crudeza poética, que no aspira a nada más que mostrar y dejar en suspenso al espectador para que este finalmente decida cómo catalogar al filme. Tal imagen la podemos ver en el final abierto, cuando Phaxi luego de la pérdida de su esposo Willka, toma las cosas que le quedan para dirigirse a algún lugar que podría ser nosotros mismos, sí, así es, Phaxi, decide viaja hasta nuestro interior para mover y poner en orden lo que encuentre a su paso. Sería una pena que viéramos en Wiñaypacha un cine que hay que apoyar porque sí, por ser aymarista, o anticapitalista. Seria una mezquina forma de clasificar y construir un cine peruano que se deja llevar por ideologías antes que convicciones personales. Wiñaypacha remueve las fibras más hondas de un espectador que tiene en sus venas una realidad directamente conectada con la de los personajes y cultura aparecida en el filme. Quizá el estreno de Wiñaypacha en Cineplanet quedé como una curiosidad a pie de página, sin embargo, la calidad, la dirección, la temática y el argumento quedarán impresas en los ojos de quienes vemos en el cine algo más que centros de entretenimiento, pues el cine siempre es un viaje onírico al inconsciente humano, depositario de imágenes que reprimimos o fantaseamos, y que tarde o temprano surgen de manera abrupta sobre la realidad en la que abrevamos.

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